¡Una de café con leche para Van der Rohe!

mies
TODO comenzó a principios del siglo pasado, que obviamente ya no es el XIX. Para gentes que ya peinan canas, calvas y casi ni las unas ni las otras, esto de «siglo pasado» aún puede sonar y suena a los años 18... Fuerza de la costumbre. Pero no. El siglo pasado ya es el XX, al que aún se le reserva el honor de escribirlo con cifras romanas. En aquellos inicios, pues, comenzó la gran revolución -¿o en realidad mera evolución?- de las artes y las letras. Libertad total para el creador al que no siempre le seguiría bien el destinatario del arte de vanguardia.
A estas alturas del XXI, todavía hay obras centenarias que a no pocos les parecen atrevidamente modernas, máxime, sin duda, por lo que atañe a la música. Desde aquel entonces de libertades y osadías estéticas, es muchísimo lo que -bueno, mediocre, malo- se ha realizado. Pero de lo que no cabe duda es de que la digamos paleta de todo artista -plástico o no- se ha enriquecido enormemente, las posibilidades de creación han aumentado, y la libertad de expresión no digamos.
Hoy por hoy, máxime en pintura, se ha olvidado aquello de «épater le bourgeois», que ya no se le «epata» con nada o con casi nada. La libertad de expresión artística, quién la discute, y por supuesto que el artista creador prosigue -y no sin escasa razón y derecho, incluso deber- con lo «del más difícil todavía». Es lo que está sucediendo respecto de ese espléndido logro arquitectónico que fue y es el Pabellón Mies van der Rohe, casi milagrosamente recuperado y que sigue admirando en el ámbito de Montjuic. Continúa pareciendo modernísimo, «último grito» de la más y mejor arquitectura artística, que no toda arquitectura es arte. Un espacio de bellísima materia y forma que, la verdad, debiera ser mucho más tenido en cuenta por los barceloneses.
Ahora, si hay suerte, puede que un famoso artista nada menos que chino, Ai Weiwei, viene a recordarnos que el pabellón sigue existiendo. Nos llama la atención hacia esta obra y también hacia la suya propia, al tomarse la libertad -sin duda oficialmente permitida- de encargar «una de café con leche para Van der Rohe». Un macro café con leche. Cinco mil litros de lo primero y nueve mil de lo segundo. Sí, esto que en el moderno lenguaje artístico se denomina «una intervención». El agua de los embalses del pabellón, substituida por esos miles de litros de líquido que al parecer ahí permanecerán indefinidamente.
¿Será algo que suscite la atención del barcelonés medio? ¿Habrá colas para ingresar en el sugestivo espacio de Van der Rohe? ¿Y qué dirán los expertos en arte moderno?
Ciertamente, la experiencia de Weiwei puede e incluso debe ser defendida por lo que atañe a la reflexión estética; sin embargo, esto no limita el derecho de crítica que «el respetable» siempre tiene como también inalienable libertad de expresión. Es muy posible, pues, que incluso más de un gran partidario de toda suerte de «intervenciones» llegue a sentir que Weiwei ha ido demasiado lejos.
Si Van der Rohe puso agua en sus embalses, no la puso al azar, y tal vez desde su Paraíso de los Arquitectos este macrocafé con leche le disguste tanto como si su colega oriental hubiera pintado de azul o de rojo los mármoles del pabellón. El café con leche se consume sólo cuando apetece, y nadie tiene que obligarnos a beberlo.

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